En nuestro camino hacia la autosuficiencia, casi todos los productos que consumimos se convierten en objeto de análisis: higiene, limpieza, cosméticos, alimentación, ropa…

¿Con qué fin?

Con el de dejar de comprarlos por completo si no hacen falta para nada o fabricarlos nosotros mismos si al final decidimos con conciencia que ese producto sí pinta algo en nuestra vida.

Es una buena forma de quitar lastre, romper cadenas y pasar por la vida ligeros de equipaje, respetando el planeta y a nosotros mismos.

Estoy de acuerdo con que, si queremos que algo cambie, la mejor manera de votar es a través del consumo responsable.

Y la mejor manera de liberarse de la tiranía del consumismo es dejar de depender de los productos nocivos que otros inventan para llenarse los bolsillos a costa de nuestra salud.

La tarea no es fácil y el camino es largo, pero ello no quita que nos quedemos cruzados esperando a que las soluciones caigan del cielo.

Uno de los productos que ya pasó a análisis hace años fue la pasta de dientes.

La higiene bucal y la salud dental NO dependen de un buen cepillado repleto de dentífrico.

No sé si a ti también te ha llamado la atención, pero después de una visita al dentista, la única recomendación que recibes es que, para prevenir las temidas caries, te laves bien los dientes, utilices una pasta rica en flúor y que no abuses de los productos azucarados.

Todavía no he conocido a ningún dentista que te hable de corregir, por ejemplo, la alimentación.

 

Otras formas de cuidar tu higiene bucal

 

Ya estamos más que acostumbrados a que se “solucionen” los problemas a base de inventos industriales y/o tecnología.

En el caso que hoy nos ocupa, el de la higiene bucal, las soluciones pasan, por ejemplo, por productos como la pasta de dientes, enjuagues bucales y ortodoncias sin fin.

¿Buscar la causa del problema? Eso jamás, ¡que se hunde el negocio! Hay que poner parches y ¡gracias!

La mayoría de las veces la solución existe ya, pero no en forma de producto industrial, precisamente.

Así lo demostraron, en los años 20 del siglo XX, los médicos británicos Sir Edward y Lady May Mellanby.

 

La importancia de una correcta alimentación

 

 

Más allá del efecto nocivo que pueda tener el consumo masivo de azúcar en la salud de nuestros dientes, hay muchos otros factores que apenas nadie considera y que, sin embargo, son clave.

Un diente está compuesto por tres partes:

  • el esmalte (parte externa del diente),
  • la dentina (sustancia que forma la parte interna del diente)
  • la pulpa (tejidos “vivos” como nervios y vasos sanguíneos):

La dentina primaria se crea durante la formación del diente, pero existe también una dentina secundaria que se produce a lo largo de la vida.

Una de sus características principales es que no es pasiva sino que es capaz de reaccionar en caso de lesiones ante las agresiones externas.

Ya en su época, May Mellanby verificó el impacto de la alimentación en la formación de esta dentina secundaria en perros. Descubrió que una alimentación rica en vitamina D, calcio y fósforo producía abundante dentina secundaria, independientemente de la salud previa del diente.

Por el contrario, una alimentación pobre en vitamina D y rica en cereales daba lugar a una dentina secundaria débil y pobremente calcificada.

Esto significaba que los dientes cuentan con un mecanismo de defensa natural que le permite responder a los ataques externos, pero es un mecanismo que depende completamente de la alimentación.

La pareja prosiguió con sus investigaciones, esta vez con niños, llegando a la misma conclusión: era posible disminuir la caries mediante una alimentación pobre en cereal y rica en vitamina D.

Una década más tarde, el doctor Weston Price y su mujer realizaron otra interesantísima investigación.

Recorrieron los cinco continentes en busca de los pueblos nativos más o menos aislados de la civilización para comparar sus dentaduras con las de pueblos cercanos que, sin embargo, habían optado por un modo de vida propio de la sociedad industrializada.

Estudiaron diversos problemas dentales como la mala oclusión dental y las caries.

Su conclusión fue contundente: los hijos de padres que habían optado por una alimentación industrial (harinas, aceites y azúcar refinado) sufrían un grave deterioro dental que prácticamente no existía en las poblaciones que habían mantenido su dieta tradicional.

Un ejemplo era la alimentación del pueblo inuit, rica en vitamina C (piel de ballena), en vitamina D (aceite de foca) y ácidos grasos omega 3. Los problemas dentales eran prácticamente inexistentes en todos aquellos que mantuvieron esta forma de alimentarse por encima de la alimentación industrial.

El interesantísimo trabajo de Weston A. Price está perfectamente documentado en su libro Nutrition and Physical Degeneration.

 

No estamos solos, millones de bacterias nos acompañan

 

Desde la boca al intestino, un ejército de diferentes tipos de bacterias puebla el camino que recorre el alimento que ingerimos.

Aunque nos parezca mentira son imprescindibles para la salud en general y para la salud dental en particular.

En el año 2013 la revista Nature Genetics revelaba dos momentos importantes de transformaciones en la composición de dicho ejército:

  • hará unos 10.000 años, durante el Neolítico, cuando comenzamos a cultivar cereales
  • durante la industrialización, alrededor de 1850, momento en que empezamos a consumir harinas y azúcares refinados

El estudio analiza 34 esqueletos europeos y demuestra que la adopción de la agricultura deriva en una configuración bacteriana que favorece los problemas dentales.

A partir de la época industrial, empezaron a proliferar las bacterias cariogénicas.

Hoy en día nuestra microbiota oral está mucho menos diversificada que la de nuestros ancestros cazadores-recolectores.

Lo mismo ocurre con la flora intestinal. En la actualidad sabemos que, a mayor diversidad en su composición, mejor salud.

En la boca ocurre lo mismo. Cualquier perturbación que esta sufra deriva en la proliferación de bacterias patógenas que merman nuestra salud.

Esta es una de las razones por las que no es tan recomendable andar todo el día lavándose los dientes y desinfectando la boca con todo tipo de productos que amenazan el equilibrio bacteriano.

Una boca sana no es necesariamente la de la sonrisa “profidén” sino una boca llena de bacterias beneficiosas para nuestra salud que forman un ecosistema muy preciso y que actúan en perfecta sinergia.

 

Qué alimentos evitar

 

Para mantener dicho equilibrio es preciso evitar comer todo aquello que lo pone en peligro:

  • Azúcares o hidratos de carbono en exceso y de mala calidad: los hidratos de carbono son el único grupo de macronutrientes cuya digestión empieza en la boca por acción de la enzima amilasa. El proceso resulta en la producción de azúcares sencillos que son, a su vez, alimento para las bacterias, y de ácido, que destruye el esmalte y acaba provocando las temidas caries.
  • Refrescos: llevan azúcar cuyos peligros acabamos de explicar y otros ácidos que destruyen el esmalte.
  • Zumos de cítricos: también son excesivamente ácidos, por lo que el riesgo de dañar el esmalte es alto. Una opción es beberlos con una pajita (de cristal o biodegradable) o no cepillarse los dientes inmediatamente después de ingerirlos para no incrementar la abrasión del esmalte.

 

Qué comer

 

Vamos a dar prioridad a todos aquellos alimentos ricos en vitaminas liposolubles (solubles en grasa) A, D y K2.

¿Por qué?

Porque una de las principales funciones de estas vitaminas es la correcta absorción de minerales en nuestro organismo.

Tanto la vitamina D como la K2 favorecen la mineralización de los dientes.

  • La vitamina A se encuentra en productos como la yema del huevo, la mantequilla o el hígado.
  • De la vitamina D nos podemos beneficiar tomando el sol y comiendo pescados grasos, huevos o mantequilla.
  • La vitamina K2 es producida de forma natural en un intestino sano por las bacterias del colon. También está presente en algunos productos como la mantequilla, la yema de huevo, quesos curados y pescados grasos.

 

Alternativas a la pasta de dientes

 

Los dentífricos que encontramos en la mayoría de los comercios tienen la pega de llevar una buena cantidad de aditivos de dudosa utilidad y eficacia.

Uno de los más controvertidos es el flúor.

Uno de los promotores de sus supuestos beneficios, el doctor en bioquímica Hardy Limeback y antiguo jefe del departamento de odontología preventiva de la universidad de Toronto, ya jubilado, acabó por disculparse públicamente en 1998, afirmando:

“Disponemos de pruebas abrumadoras que confirman que el flúor es más nocivo que beneficioso para la salud.

 

Los menores de 3 años no deberían beber agua fluorada ni consumir dentífricos que contengan este metal pesado”.

Basándose en diversos estudios, concluía que el flúor debilita los huesos y los dientes y altera el rendimiento intelectual incluso en pequeñas dosis.

Más información al respecto aquí y aquí

 

¿Te animas a probar otras alternativas?

 

Hay muchas y sencillas alternativas que respetan nuestra salud bucal.

Te presento las que yo he probado hasta ahora y me han dado buenos resultados.

La idea es ir alternándolas todas, no quedarse en una sola opción, ya que cada una actúa de forma diferente aportando un determinado beneficio.

 

#1. Agua salada

 

La sal marina no refinada es remineralizante y ayuda a reequilibrar el pH bucal.

  • Diluye ¼ de una cucharada de café de sal en un vaso de agua templada.
  • Remoja en ella el cepillo de dientes y cepíllate los dientes con esta solución.
  • Para un aliento más fresco puedes añadir un par de gotas de aceite esencial (limón, árbol del té, menta) en el tarro de sal (no en el agua con la sal disuelta).

Nunca uses directamente la sal sobre los dientes porque ¡es abrasiva para el esmalte!!

 

#2. Aceite de coco

 

Es un aceite antifúngico y bactericida. Un poquito en el cepillo de dientes y ¡listo!

También puedes probar la práctica ayurvédica conocida con el nombre de oil pulling.

Consiste en enjuagarse la boca por la mañana antes de ingerir cualquier cosa con una cucharada de aceite (puede ser de coco, pero también cualquier otro que tengas a mano, para mí el coco es el que tiene el sabor más agradable para realizar el enjuague).

Tienes que hacer buches con él durante unos 20 minutos (mientras vas haciendo otras cosas :-)) hasta que adquiera una consistencia lechosa conforme se va mezclando con la saliva y las bacterias y toxinas que se adhieren al aceite.

Al final, escúpelo, nunca lo tragues, ya que está lleno de toxinas, y enjuaga la boca con agua templada.

 

#3. Ceniza

 

En India se blanquean los dientes con un poco de ceniza.

Cuando estás en plena naturaleza la ceniza es un buen recurso que vale tanto como desodorante (el color no es muy atractivo, lo sé) como para cepillarse los dientes, pero ¡atención!:

  • la ceniza es muy activa pero también reseca las mucosas y daña el esmalte si se usa muy a menudo, así que está muy bien para usar solo de vez en cuando,
  • debes utilizar solo ceniza de madera natural, es decir, ni pintada ni tratada.

 

#4. Arcilla con plantas pulverizadas

 

Las plantas han sido nuestras aliadas de salud durante miles de años. Nos ofrecen soluciones para todo.

Te propongo es especie de pasta de dientes en seco muy fácil de fabricar y utilizar.

  • Mezclar en un botecito de cristal una cucharada de arcilla blanca extrafina y de uso interno con una cucharada sopera de plantas secas pulverizadas.
  • Añadir tres gotitas de aceite esencial al gusto (limón, árbol del té, menta).

Puedes emplear las siguientes plantas (a mí me gusta utilizar una mezcla de varias) e ir probando hasta que des con la mezcla que más te guste:

  • cola de caballo, rica en silicio
  • menta, refrescante
  • estevia y/o raíz de regaliz para endulzar de forma natural
  • tomillo, desinfectante
  • semillas de hinojo, refrescante
  • canela, desinfectante
  • un par de clavos de olor, desinfectante

Para pulverizar las plantas puedes utilizar un molinillo de café o un magic bullet y pasarlas después por un tamiz o colador y así desechar los trozos que no pasen.

Conserva la mezcla en un envase de cristal o cerámica.

Lo más sencillo para usar este tipo de “pasta de dientes” es ir tomando pequeñas cantidades con el mismo cepillo ligeramente humedecido en agua o echar un poco en el cepillo con una cucharita de madera o de cerámica, nunca de metal.

 

#5. Palillos dentales

 

Utilizar palillos de dientes es otra buena práctica de higiene bucal. Lo ideal es hacerte los palillos tú mismo.

En nuestro caso tenemos dos enormes plantas de bayas goji en el jardín. A parte de la deliciosa fruta, utilizamos también sus largas espinas con este fin.

Otro tipo de planta con espinas que te puede ayudar para que tengas tus propios palillos sin pasar por la tienda es el espino blanco, o cualquier otra que tenga espinas lo suficientemente largas.

 

¿Cepillos de plástico?

 

Además de ser un horror para el medio ambiente, los cepillos convencionales se desgastan muy rápido ya que el dentífrico a base de plantas se pega en los cepillos y su limpieza se hace complicada.

Por ambos motivos recomendamos los cepillos de dientes naturales, como los de bambú ecológico que, en principio, resisten mejor a este tipo de producto.

En nuestro caso, cuando ya se han desgastado los quemamos en la hoguera y el ciclo queda cerrado sin dejar huella, ni en tu salud ni en el planeta.

 

Ha llegado tu turno

 

¿Qué opinas de las prácticas que acabamos de proponerte?

¿Todavía utilizas cepillos y pastas de dientes convencionales?

¿Te animas a compartir con nosotros tus trucos de higiene bucal?

¡Cuéntanoslo todo en los comentarios!

 

¡Muchas gracias por estar ahí y un abrazo grande!

kiki firma

 

 

Crédito de fotos: 

  • Autumn Goodman for Unsplash, Black Girl with Flowers
  • Kevin Walsh

 

 

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Soy Kiki Nárdiz, coautora del blog Rewilding Drum, desde el que comparto estrategias y herramientas para ayudarte a salir del automatismo y a recuperar la energía vital a través del contacto consciente con la naturaleza. Te regalo mi guía “7 errores que te alejan de tu naturaleza salvaje y cómo solucionarlos”.

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